Mucho se habla de la inmunidad como uno de los procesos más importantes para mantener la salud de los seres humanos, de hecho, permanentemente estamos enfrentando miles de organismos externos que pueden enfermar nuestro cuerpo, por ello, es tan necesaria la defensa que realiza nuestro sistema inmunológico, tanto para combatir, como para eliminar estos agentes extraños.
A estos agentes extraños se les llaman antígenos, ellos pueden presentarse ya sea en forma de virus o bacterias que provocan o estimulan la repuesta inmunitaria de nuestro organismo.
La inmunidad o respuesta inmunitaria se da de varias maneras:
Inmunidad innata: es un sistema de defensas con el cual se nace y que protege contra todos los antígenos. Ejemplo de la inmunidad innata son: la tos, el moco, las lágrimas, los aceites corporales, entre otros.
Inmunidad adquirida: Es la inmunidad que se desarrolla una vez estamos expuestos a diversos antígenos. El sistema inmunitario construye una defensa contra cada antígeno en específico.
Inmunidad pasiva: La inmunidad pasiva se debe a anticuerpos que se producen en un organismo diferente del nuestro. Por ejemplo, la que la madre transfiere a su hijo a través de la placenta.
Parte fundamental de nuestra defensa ante esos agentes patógenos, es realizada a través de los anticuerpos, llamados también inmunoglobulinas, que no son más que proteínas que produce nuestro cuerpo, se encuentran en nuestra sangre y circulan con el torrente sanguíneo buscando cualquier agente externo que pueda causarnos daño.
La idea es que a través de los anticuerpos se puedan neutralizar aquellos elementos externos que causan daño al organismo y que luego de identificarlos y atacarlos para eliminarlos, se genere inmunidad durante un largo periodo de tiempo, frente a un determinado antígeno.
Así como cada antígeno es único, cada inmunoglobulina es única, el cuerpo fabrica distintos tipos de inmunoglobulinas, para luchar contra diferentes tipos de cosas, dependiendo del virus, bacteria o alergeno. Tenemos entonces:
Inmunoglobulina A (IgA): se encuentra en los recubrimientos de las vías respiratorias y del sistema digestivo, así como en la saliva, las lágrimas y la leche materna.
Inmunoglobulina G (IgG): es el tipo de anticuerpo que más abunda en el cuerpo. Se encuentra en la sangre y en otros fluidos, y brinda protección contra las infecciones bacterianas y víricas. La IgG puede tardar un tiempo en formarse después de una infección o vacunación.
Inmunoglobulina M (IgM): se encuentra principalmente en la sangre y en el líquido linfático; este es el primer anticuerpo que fabrica el cuerpo para combatir una nueva infección.
Inmunoglobulina E (IgE): normalmente se encuentra en pequeñas cantidades en la sangre. Se puede encontrar en cantidades superiores cuando el cuerpo reacciona de una manera exagerada a los alérgenos o cuando está combatiendo una infección provocada por un parásito.
Inmunoglobulina D (IgD): existe en pequeñas cantidades en la sangre y es el anticuerpo que menos se conoce.
¿Cómo puedo mejorar la respuesta inmunitaria de mi organismo naturalmente?
1. Cuida de tu intestino
El sistema inmunitario se encuentra repartido por todo el organismo en distintas estructuras, pero fundamentalmente está centrado en el intestino, que es la parte más extensa y compleja del sistema inmunitario.
Este dispone de una barrera constituida por el epitelio o capa de células que lo recubren, por enzimas digestivas y por la población bacteriana que constituye el microbiota, también posee sus propios órganos inmunes que actúan induciendo y activando la respuesta inmunitaria intestinal.
Por ello es tan necesario que lo mantengas limpio y funcionado en óptimas condiciones.
2. Practica la inmuno-nutrición:
Consume alimentos de manera balanceada está relacionado con la prevención inmunitaria y metabólica de muchas enfermedades. Se recomienda:
- Una alimentación rica en aminoácidos, con la adecuada combinación de alimentos proteicos de origen vegetal, principalmente legumbres y frutos secos.
- Disminuir el consumo de grasas saturadas, que inhiben la producción de linfocitos. Ingerir grasas con un correcto equilibrio entre las grasas poliinsaturadas procedentes de la familia omega-6 y de la familia omega-3, estos los podrás encontrar en almendras y otros frutos secos.
- Disminuir las harinas refinadas y en su lugar preferir hidratos de carbono complejos, ricos en fibra, básicamente cereales integrales sin refinar y sus derivados.
- Mantener una dieta rica en zinc, selenio, hierro y cobre.
3. Consumir plantas estimuladoras del sistema inmunitario
Una vez los agentes patógenos están en nuestro cuerpo, la reacción inmunitaria no se dejará esperar. Para reforzar esta defensa de nuestro cuerpo existen plantas que pueden aportar compuestos inmunomoduladores, ejemplo de ello es la uña de gato, en cuya corteza se ha encontrado presencia de alcaloides a los que se atribuye la capacidad de destruir bacterias, tiene propiedades antitumorales y antiinflamatorias.
Algunas otras plantas son fuente de antioxidantes e inmunomoduladores, propiedad que presentan los flavonoides ejemplo de ello son la equinácea, el ajo, la espirulina, el astrágalo y el arándano.
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